Caída de Constantinopla
Hace cinco siglos y
medio, el 29 de mayo de 1453, la noticia de la caída de Constantinopla en manos
de los otomanos conmocionó a los europeos. Tuvo el mismo impacto pavoroso que
la destrucción de las Torres Gemelas en 2001 y cambió la geopolítica de su
tiempo como lo hicieron las Guerras Mundiales en el siglo XX. No solo caía un
símbolo cristiano, griego y latino. La ciudad estaba en medio de dos mundos:
oriente y occidente. Justo en la manga de tierra que une Asia con Europa, a un
lado del estrecho del Bósforo. Era el punto más avanzado al este de la
civilización occidental. Y ahora estaba en manos turcas. Empezaba otra era.
La Nueva Roma
Pero Constantinopla era
mucho más que un sitio estratégico. Siglos atrás se llamaba Bizancio. Para para
el mundo civilizado, era entonces un puerto destacado de mercancías, como hoy
lo es Amsterdam, pero también un centro de simbología cultural, como la actual
Nueva York.
En el año 330 fue
designada capital del Imperio Romano por el emperador Constantino, quien la
llamó Nueva Roma. Pero el vulgo prefirió llamarla Constantinópolis, la ciudad
de Constantino. Al separarse Roma en dos imperios (y en dos Iglesias) en el
395, Constantinopla fue la capital del imperio de oriente que historiadores medievales
llamaron erróneamente Imperio Bizantino.
Pero sucedió que el
imperio de Occidente, con sede en Roma, se desmoronó debido a las invasiones
bárbaras en el 476. Sin embargo, el imperio romano de Oriente pervivió diez
siglos más: su capital era Constantinopla.
Allí puso su cuna la
Iglesia ortodoxa, el arte bizantino, y además era el faro de la cultura greco
latina, así como el bastión de defensa contra el turco. Por allí pasaron varias
cruzadas para recuperar los Santos Lugares y para contener a los turcos. Los
sultanes otomanos, por su parte, asediaron la ciudad durante siglos con escaso
éxito.
El último y definitivo
asedio tuvo lugar en mayo de 1453. Los otomanos conquistaron la fortaleza,
decapitaron a los cadáveres y saquearon sus riquezas. Se apagó el gran faro que
había estado encendido mil años.
El asedio y la conquista
El lunes 28 de mayo de
1453 comenzó a fraguarse el asalto final a la ciudad imperial. Las tropas
turcas, apoyadas por su flota, rodeaban la fortaleza desde hacía varios días.
Esperaron al crepúsculo de aquel lunes 28 para empezar sus movimientos. Eran
más de 100.000 hombres.
En la medianoche,
comenzó el verdadero asedio. El sultán Mehmet dio la orden de atacar.
Primero se movilizaron
los bachi-bazuks, que eran tropas mercenarias compuestas de europeos, africanos
y de cualquier hombre que tuviera un arma de asalto, fuera cimitarra o
cuchillo. No eran unas tropas muy valientes. Era un ejército de saqueadores. A
veces eran tan caóticos, que el sultán los aguijoneaba por la retaguardia con
un cordón de policía militar
"armada de correas y porras". Detrás, los jenízaros del sultán. Así
evitaba que los bachi-bazuks salieran huyendo. Los jenízaros se los guardaba el
sultán para los momentos decisivos.
¿Quiénes eran los
jenízaros? Eran tropas de élite. Paradójicamente, eran una elite europea pues
estaban formadas por griegos, eslavos, albaneses o húngaros; eran niños robados
durante las incursiones otomanas, y adiestrados en el imperio musulmán para
convertirse en la fuerza de choque otomana. El escritor Ivo Andric lo contó en
el siglo XX en la terrible novela “Un puente sobre el Drina”. Narra la historia
de uno de esos niños eslavos arrancado de los brazos de su madre y enviado a
Turquía. Regresa años después convertido en general de jenízaros y reconoce a
su madre.
El gran cañón de Orbón
Volviendo a
Constantinopla y al siglo XV, cuando entró la medianoche del martes 29 de mayo,
los asediados se dispusieron a aguantar durante largas horas el ataque de las
tropas turcas. Aparentemente, lo iban a lograr una vez más.
Los bizantinos
(griegos, genoveses, aragoneses, catalanes. eslavos, venecianos...) eran
mejores que los mercenarios bachi-bazuks. Muchos estaban armados de mosquetes y
culebrinas. También lanzaban piedras a los asaltantes, y a los que lograban superar
las barricadas, se les remataba de un tajo.
Además, los bizantinos
contaban con las poderosas murallas de la ciudad (hasta tres líneas). Pero para
ellos no hubo descanso. En la madrugada de aquel 29 comenzaron a atacar los
anatolios. Las campanas de la ciudad repicaron pero su sonido quedó apagado por el estampido del
gran cañón de Orbón. Este cañón había sido construido por un ingeniero húngaro.
Lo puso al servicio del sultán convenciéndole de que podía tumbar "hasta
las murallas de Babilonia".
Pero no fue el cañón lo
que creó un agujero en las murallas. Los bizantinos resistieron durante toda la
madrugada. Pero al alba cometieron dos errores, según cuenta Steven Runciman.
Primero dejaron abierta una pequeña puerta llamada Kylókerkos, que se empleaba
para introducir víveres en la ciudad.
"Algunos turcos se
enteraron de que estaba abierta y se precipitaron dentro del patio y comenzaron
a subir escaleras arriba hasta lo alto de la muralla. Los cristianos que
estaban precisamente fuera de la puerta observaron lo que ocurría y acudieron
en masa a hacerse de nuevo con la situación e impedir la entrada de más turcos.
En medio de la confusión, unos cincuenta turcos se quedaron dentro de la
muralla, donde hubieran podido ser reducidos y eliminados si en ese momento no
hubiera ocurrido otro desastre peor".
Runciman cuenta que en
ese momento, los bizantinos trataban de evacuar por mar a un militar de origen
italiano (Giustiniani). El emperador no quería dejarle partir pero al final
cedió. "Se abrió la puerta y su guardia de corps le trasladó a la ciudad,
por las calles que bajan hacia el puerto; aquí lo colocaron en un navío
genovés. Las tropas de Giustiniani se dieron cuenta de su marcha. Algunos
llegaron a pensar que se había retirado para defender la muralla interior, pero
otros llegaron a la conclusión de que la batalla estaba perdida. Alguien lanzó,
aterrorizado, el grito de que los turcos habían atravesado la muralla. Antes de
que se cerrase el postigo de nuevo, los genoveses se precipitaron por él. El emperador
y sus griegos quedaron abandonados en el campo de batalla. Frente al foso el
sultán notó el pánico y, gritando: "¡Constantinopla es nuestra!",
ordenó a los jenízaros que cargaran de nuevo e hizo señas a una compañía
mandada por un gigante llamado Hasán. Éste se abrió camino a machetazos por
encima de la ruinosa barricada y creyó que ya había conseguido la recompensa
prometida. Unos treinta jenízaros le siguieron. Los griegos se batían en
retirada".
Muerte del emperador
Una enorme masa de
turcos se precipitó por Kylókerkos. Los cristianos intentaron resistir pero ya
era en vano. Las tropas otomanas comenzaron su matanza. "El grito '¡Se ha perdido
Constantinopla!' se repitió como un eco por las calles de la ciudad. Desde el
Cuerno de Oro y desde sus costas, cristianos y turcos veían las banderas turcas
ondear en las altas torres de Blachernas, en las que sólo unos minutos antes
habían ondeado El Águila Imperial y el León de San Marcos".
El emperador
Constantino XI (casualmente, se llamaba igual que el fundador), sabiendo que su
imperio se acababa, se quitó las enseñas imperiales y se entregó a la lucha
acompañado de un español llamado Francisco de Toledo. Nunca se encontraron sus
cadáveres.
Hubo combates cuerpo a
cuerpo durante todo el día, pero ya era inútil resistir. "Señales
luminosas que anunciaban la entrada de los turcos por las murallas circularon
por todo el ejército turco", dice el historiador. Luego comenzó el saqueo.
"El sultán Mehmet esperó hasta la tarde [del día siguiente] para hacer su
entrada triunfal a la ciudad, cuando terminasen los excesos de las matanzas y
saqueos y se hubiese restablecido un cierto orden". Paseó por los restos
de la ciudad y sonrió. "Estaba
satisfecho de que el emperador hubiese muerto. Ahora ya no era sólo sultán,
sino heredero y poseedor del antiguo Imperio Romano".
La noticia de la caída
de Constantinopla partió el sábado 9 de junio en tres navíos que pusieron rumbo
al puerto de Candía, en Creta. “La consternación se extendió por toda la isla”.
Escribe Runciman. “No hubo ni habrá jamás suceso más terrible”, anotó un
escritor del monasterio de Agarathos.
Caída de Constantinopla en la
actualidad
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